Peripecia de la Batalla de Tucumán
17/09/2025. Análisis y Reflexiones > Análisis y Reflexiones
El 23 de septiembre de 1812, la ciudad de Tucumán no estaba libre de miedo. Había una tensa calma ante lo que vendría.
No se sabía dónde tendría lugar el combate. Tampoco había un plan de batalla. Sobraba voluntad y coraje. Era la primera vez que, en lo que años más tarde sería territorio nacional argentino, se produciría un hecho de esas características.
El cuadro de situación previo al enfrentamiento bélico era el siguiente: Manuel Belgrano había asumido la jefatura del llamado Ejército Auxiliar del Perú reemplazando a Juan Martín de Pueyrredón ordenó el Éxodo Jujeño, sus tropas combatieron en las Piedras, en territorio salteño, y se detuvo en Tucumán.
Al despuntar el alba del 24 de septiembre, Belgrano dispuso que se alinearan las filas patriotas, ordenándolas en forma tal que, subrepticiamente, pudieran atacar.
Pío Tristán, el jefe del Ejército Real del Perú, en cambio, con un esquema ortodoxo mandó a que se alineara el parque de artillería y que se formase un avance compacto de la infantería y la caballería en forma conjunta, para que atacase la primera y redoblase la segunda como refuerzo del embate, de manera de avanzar en los blancos que se fuesen formando entre los soldados patriotas. Se produjo entonces algo insólito. La caballería patria, integrada también por gauchos tucumanos que aportó Bernabé Aráoz, arremetió sin miramientos y pronto alcanzó un éxito efímero.
Conviene recordar que, fue Aráoz también quien convenció a Belgrano que no retrocediese hasta Córdoba como le había ordenado en forma temeraria el Primer Triunvirato que entonces gobernaba las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Al revés, en el ala donde estaba Belgrano, las tropas españolas sostuvieron fuego parejo y pusieron prácticamente en retirada a las fuerzas patriotas, que se parapetaron en los extramuros de la ciudad primero, y luego en las casas. Esta situación paradojal provocó que se cortasen las comunicaciones entre los flancos de combate y así, mientras Manuel Dorrego y Eustoquio Díaz Vélez pensaban que ya se había ganado, Belgrano y el coronel salteño José de Moldes creían que todavía la incertidumbre era la única certeza. Tristán, por su parte, abandonó el parque de artillería. Entonces sucedió algo todavía más curioso, El Ejército patriota se pertrechó en la ciudad y recibieron la intimación española de que capitularan de lo contrario le prenderían fuego a San Miguel de Tucumán. Belgrano, a su vez, lo intimó a que se rindiese en nombre de la fraternidad americana, por cuanto, además que conocía personalmente al jefe español de sus años mozos en España, apeló a que Tristán era natural de Arequipa. Tanto es así, que después de la Guerra de la Independencia, ocupó expectables cargos en el Perú republicano, sin ruborizarse.
Eran más de las seis de la tarde y se había dado batalla durante más de doce horas, sin solución de continuidad. Sin pausa ni medida. Y a continuación en un episodio que no registra antecedentes Tristán abandonó su posición y emprendió regreso a Salta, presumiblemente pensando que allí podría fortalecerse. Los ciertos es que en los días siguientes a la feroz batalla las bajas indicarían que Belgrano era el triunfador indiscutido y a la par se había salvado la Revolución de Mayo, pese a las imperativas exigencias de Rivadavia. El informe de situación indicaba que habían caído en el campo de combate cuatrocientos cincuenta y tres soldados del Ejército Real del Perú, mientras que las bajas patriotas ascendían a sesenta y cinco. Una clara e indesmentible diferencia. Merced al armamento que abandonó el enemigo, el Ejército Auxiliar del Perú, que conducía Belgrano, pudo munirse de cañones, fusiles, municiones y otros avíos que resultarían claves para el próximo enfrentamiento: el 20 de febrero de 1813. El anochecer del 25 de septiembre de 1812 encontró a las tropas españolas alicaídas y exhaustas camino a Salta, sin comprender todavía por qué su jefe había tomado semejante decisión. Por cierto que ningún soldado belicoso que defiende su propia causa podía entender que, luego de haber permanecido más de sesenta horas en el teatro de operaciones, se le hubiese ordenado replegarse sin haber concluido la acción. Por esa vergonzosa retirada es que hasta la fecha la historiografía española no asume ni cuenta como derrota, a la gloriosa Batalla de Tucumán, pero eso ya es otra historia.