¿Ayacucho o Tumusla?
17/12/2025. Análisis y Reflexiones > Análisis y Reflexiones
La historiografía marca un hito en forma prácticamente mayoritaria, según el cual la Batalla de Ayacucho es la que marca el fin de la Guerra de la Independencia de Argentina, Chile y Perú y, consecuentemente, la formación de una nación como Bolivia.
Nadie puede desconocer la relevancia histórica y geopolítica de esta célebre contienda, librada a tres mil cuatrocientos metros de altura, en la llamada Pampa de Quinua, el 9 de diciembre de 1824. Habían transcurrido catorce años y medio desde el 25 de mayo de 1810. La pampa de Quinua está situada a unos treinta siete kilómetros de la ciudad peruana de Ayacucho. Nunca se supo la razón concreta acerca de porque no se la llamó Batalla de Quinua, que es en realidad donde tuvo lugar el teatro de operaciones. Las crónicas de la época darían cuenta de que el mariscal patriota Antonio José de Sucre derrotó al mariscal y virrey del Perú, José de la Serna. El número y despliegue de tropas de ambos bandos hacen que este famoso sea considerado como una de las batallas más importantes librada en suelo sudamericano.
Ahora bien, lejos de haberse dispersado las fuerzas, para quien escribe estas líneas y siguiendo al historiador salteño Martín Villagrán San Millán[1], las guerras de la independencia concluyeron recién con la Batalla de Tumusla, librada el 1° de abril de 1825 en donde el comandante Carlos Medinaceli Lizarazu batió al brigadier Pedro Antonio Olañeta, soldado de mil batallas en contra de los patriotas americanistas. Se dio la paradoja que Fernando VII había desinado a Olañeta virrey del Río de la Plata, sin embargó este nunca pudo enterarse de tal honor por haber sido asesinado luego de la lid. Olañeta, célebre por su amibigüedad y perfidia y uno de los autores intelectuales de la muerte de Martín Miguel de Gúemes, luego de las batallas de Junín y Ayacucho y observando que el fin del dominio español era inminente, mantuvo correspondencia con el libertador Simón Bolívar. El caraqueño lo invitó a unirse a las fuerzas patriotas, no obstante Olañeta creyó que podría hacerse fuerte en el Alto Perú y desde allí enarbolar una resistencia, que a esa altura aparecía como demencial. Su propio sobrino y confidente, Casimiro Olañeta, ya había comenzado a conspirar con los patriotas. Otras de las características de Olañeta es que había amasado una cuantiosa fortuna como consecuencia del contrabando y la comercialización de diferentes productos aprovechando su condición de jefe de la vanguardia española en la Quebrada de Humahuaca, lo cual era mirado con desprecio por la alta oficialidad española, particularmente por jefes de la talla de Canterac o Jerónimo Valdés.
Olañeta al mando de setecientos hombres comenzó a ser cercado por Sucre por el norte y por el general Juan Antonio Álvarez de Arenales y el coronel José María Pérez de Urdininea, que había sido uno de los capitanes de Güemes y más tarde sería presidente de Bolivia. Retrogradó desde Potosí hacia Santiago de Cotagaita hasta llegar al río Tumusla donde fue al cansado por Medinaceli. Algunas versiones dijeron que fue herido en combate y murió al día siguiente. Otros, que finalizada la liza se había apoderado de una joven a la que intentó violar y cuando Medinaceli lo descubrió le descerrajó un tiro en el pecho dándole fin a su turbulenta y agitada existencia. Lo cierto es que concluido este enfrentamiento es que se iniciaron unas series de pases de antiguas lealtades. Agustín Gamarra, que había sido combatiente realista y más tarde presidente del Perú se pasó a los patriotas. Medinaceli, hasta horas antes de Tumusla había hecho lo propio. Pío Tristán vencido por Belgrano en la Batalla de Salta, se volvió fervoroso revolucionario peruano y fue presidente de Arequipa. Lo cierto es que Tumusla marcó el fin de la guerra y el nacimiento de nuevos países. Pero esa ya es otra historia.
[1] De Buenos Aires a Tumusla, Fondo Editorial, Salta, 2015.