El día que Argentina le dio un ejemplo al mundo: a 40 años del inicio del alegato del fiscal Strassera en el Juicio a las Juntas
11/09/2025. Noticias sobre Justicia > Noticias de Argentina
Después de casi cinco meses de declaraciones testimoniales de las víctimas de la dictadura, la tarde del 11 de septiembre de 1985 Julio César Strassera comenzó a desarrollar el alegato final de la acusación contra los excomandantes
Después de casi cinco meses de declaraciones testimoniales de las víctimas de la dictadura, la tarde del 11 de septiembre de 1985 Julio César Strassera comenzó a desarrollar el alegato final de la acusación contra los excomandantes. Los intentos de los jefes militares para no tener que presenciarlo y la cocina de un texto brillante cuya frase final ya es una consigna de la lucha por los derechos humanos en todo el planeta: “Nunca más”
Por Daniel Cecchini
El reloj marcaba exactamente las 3 y 20 de la tarde cuando el fiscal Julio César Strassera se acomodó los anteojos de grueso marco para leer mejor y arrancó con firmeza su discurso ante una sala silenciosa: “La comunidad argentina en particular, pero también la conciencia jurídica universal, me han encomendado la augusta misión de presentarme ante ustedes para reclamar justicia. Razones técnicas y fácticas tales como la ausencia de un tipo penal específico en nuestro derecho interno que describa acabadamente esta forma de delincuencia que hoy se enjuicia aquí y la imposibilidad de considerar uno por uno los miles de casos individuales, me han determinado a exhibir, a los largo de diecisiete dramáticas semanas de audiencia, tan solo 709 casos que no agotan, por cierto, el escalofriante número de víctimas que ocasionó lo que podríamos calificar como el mayor genocidio que registra la joven historia de nuestro país”, empezó a decir.
El almanaque estaba clavado en el miércoles 11 de septiembre de 1985, feriado escolar por el Día del Maestro, y la recuperada democracia argentina todavía no había cumplido dos años. Las portadas de los diarios de la mañana estaban centradas en tres noticias que por entonces concitaban la atención de casi toda la sociedad. Eran el envío por parte del gobierno de Raúl Alfonsín al Congreso Nacional del proyecto de ley de obras sociales, el levantamiento del paro del gremio de camioneros y un caso policial que tenía en vilo a la sociedad: se había pagado el rescate exigido por los secuestradores del empresario Osvaldo Sivak pero sus captores no lo habían liberado. Había también fútbol, con el enfrentamiento de dos equipos chicos –Argentinos Juniors y Ferrocarril Oeste– que ese año eran sensación.
Sin embargo, las mayores expectativas de la jornada apuntaban al Palacio de Tribunales, donde se desarrollaba el juicio a las juntas militares de la última dictadura. En cada una de sus audiencias, muchos argentinos se habían ido enterando de las atrocidades cometidas por el Estado terrorista instaurado por las Fuerzas con el golpe del 24 de marzo de 1976. El Juicio a las Juntas –como se lo llamó- había empezado el 22 de abril y durante cuatro meses y medio y desde entonces en la Sala de Audiencias del Palacio de Justicia de la Nación se venían escuchando centenares de testimonios de sobrevivientes y familiares de desaparecidos.
Sentados en las ubicaciones destinadas a los acusados estaban los comandantes de las tres primeras juntas militares de la última dictadura: Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera, Orlando Ramón Agosti, Roberto Eduardo Viola, Omar Graffigna, Armando Lambruschini, Leopoldo Fortunato Galtieri, Basilio Lami Dozo y Jorge Anaya.
La excelente redacción del alegato de la fiscalía fue atribuida a la colaboración silenciosa del dramaturgo Carlos Somigliana, que trabajaba allí (Télam)
Las dudas del día
Las dudas con que había arrancado ese miércoles se podían resumir en una sola pregunta: “¿Estarán o no estarán todos los procesados?”. Con la ambición de la primicia, los programas radiales de la mañana se interrogaban más por la presencia de los nueve excomandantes en la Sala que por el contenido del alegato de la Fiscalía. “En los días previos a la acusación, las noticias hicieron eje en un pedido de Videla, que pretendía ser eximido de concurrir. La Cámara lo rechazó y quedó claro que veríamos por primera vez a los integrantes de las tres juntas genocidas uno al lado del otro. ¿Con uniforme militar o sin uniforme militar?”, escribió años después el periodista y abogado Pablo Llonto, que siguió día tras día el desarrollo del juicio y también lo que ocurría detrás de la escena. La “Cámara” a la que se refería Llonto era la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital, integrada por los jueces Jorge Torlasco, Ricardo Gil Lavedra, León Carlos Arslanián, Jorge Valerga Araoz, Guillermo Ledesma y Andrés J. D’Alessio, que rotaban semana a semana en la presidencia del tribunal.
A pesar de que no era lo más importante, la pregunta que todos se hacían esa mañana tenía fundamento: hasta entonces, durante todo el desarrollo del juicio, los nueve acusados nunca habían estado todos juntos en las audiencias. De ocurrir, sería la primera vez.
La respuesta llegó alrededor de las tres de la tarde, cuando se los vio entrar a la sala colmada de periodistas y público para ubicarse en los lugares que les correspondían. Siete de ellos vestían los uniformes militares con los que habían comandado el genocidio dictatorial; solo Videla y Galtieri habían elegido usar trajes de civil. Videla se mostraba serio y cejijunto como siempre, Massera intentó esbozar una sonrisa entre irónica y desafiante, Galtieri parecía mirar alrededor desde las alturas de un poder que ya no tenía, Viola no levantaba casi la cabeza y el resto se mantenía serio y silencioso.
Estaban ahí para escuchar el alegato de la acusación que comenzaría a pronunciar Strassera, quien lo había preparado con la colaboración de un joven fiscal, Luis Gabriel Moreno Ocampo. La redacción final del texto, aunque pocos lo sabían, había recibido también el inapreciable aporte de la pluma de un hombre que sabía usarla de manera magistral, el dramaturgo Carlos Somigliana.
Una encuesta había revelado que la realización del proceso judicial contra los ex comandantes de las tres primeras juntas de la dictadura tenía el 85 % de adhesión de los consultados (NA: Eduardo Longoni)
“No estoy solo en esta empresa”
Después del arranque potente que atravesó el silencio de la sala, Strassera aceleró, casi sin hacer una pausa en el punto y aparte que estaba marcado en el texto: “Pero no estoy solo en esta empresa. Me acompañan en el reclamo más de nueve mil desaparecidos que han dejado, a través de las voces de aquellos que tuvieron la suerte de volver de las sombras, su mudo pero no por ello menos elocuente testimonio acusador”. Con el número de “más de nueve mil” se refería solo a los casos recogidos por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) y no a la totalidad de las 30.000 desapariciones forzosas realmente perpetradas por la dictadura con su plan sistemático de represión ilegal.
Desde el comienzo mismo, el discurso de Strassera señalaba dos cuestiones centrales: la excepcionalidad de lo que se estaba juzgando y la magnitud de las violaciones de los Derechos Humanos cometidas en el marco del plan sistemático de represión ilegal perpetrado por la dictadura. Y no solo eso: calificaba a los delitos de genocidio, una caracterización que abría un camino judicial y sería decisiva en el futuro. “Era un excelente inicio. Arlt lo hubiese llamado un cross a la mandíbula como efecto de escena y aplicado en uno de los momentos más esperados del juicio. Jurídicamente, en 1985, aún no podíamos apreciar nada relevante en aquella introducción; pero años después, la detección de la palabra ‘genocidio’ merece un paréntesis (…) La sola mención de ‘genocidio’ en causas de lesa humanidad, para la época del juicio y sin antecedentes internacionales, ya era un triunfo. Recién el 2 de septiembre de 1998, el Tribunal Criminal Internacional para Ruanda, creado por las Naciones Unidas, condenó por genocidio al alcalde de la ciudad ruandesa de Taba”, analizó años después Llonto al recordar el alegato en su libro El juicio que no se vio, quizás el mejor que se ha escrito sobre el proceso a los comandantes.
Otro de los párrafos del discurso que comenzó a pronunciar Strassera ese día ante los nueve acusados, los jueces, los periodistas y el público proponía a la justicia como un camino de dejar atrás a la muerte y rescatar la vida: “Si de este modo logramos sustituir aquel fanático ‘viva la muerte’ de Millán Astray reivindicaba su perversa doctrina por un ‘Viva la vida’ en rescate de los valores éticos sobre los cuales esta Nación fue fundada, habremos de darnos por satisfechos…”, dijo el fiscal.
León Arslanián presidió el tribunal y leyó la sentencia frente a los nueve integrantes de las tres juntas militares
“Señores jueces: Nunca más”
Los perpetradores del genocidio cometido durante más de siete años en la Argentina escuchaban en silencio. Algunos, como Videla o Agosti, con expresión en apariencia atenta; Lami Dozo, reconcentrado; Viola apenas levantando la cabeza; Massera, oscilando en un juego de labios apretados y pretendida sonrisa gardeliana.
Así fue entre ese miércoles 11 y el 18 de septiembre, los días durante los cuales Strassera y Moreno Ocampo se turnaron para pronunciar los alegatos. La frase final, pronunciada por el fiscal Julio César Strassera la tarde del miércoles 18, nuevamente ante una sala de audiencias colmada, ha quedado marcada a fuego en la historia argentina: “Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: ‘Nunca más’”.
Lo que ocurrió a continuación, este cronista prefiere dejárselo a la reconstrucción que hizo la pluma de Pablo Llonto: “En las dos bandejas superiores donde se encontraba el público nadie aguantó más. Era el momento para aplaudir y vivar a los fiscales. Era el momento para putear a los genocidas (…) Abajo, los genocidas se levantaron de sus asientos. Cuando se retiraba Viola como parte de la fila india que formaban todos los acusados, se lo vio mover los labios igual que cuando uno murmura ‘hijos de puta’. Videla, quien encabezaba la fila, detuvo la marcha, y así la de todos. Levantó la mirada hacia la tribuna, acomodó sus anteojos y movió la cabeza como quien maldice y promete acordarse de cada uno de ellos”, escribió.
Una de las sesiones del juicio contra los miembros de las juntas militares argentinas que detentaron el poder de 1976 a 1983 (EFE)
Un juicio histórico
Desde el final del alegato de Strassera y las sentencias transcurrieron casi dos meses. Finalmente, el 9 de diciembre de 1986, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital dio a conocer su fallo: Videla y Massera fueron condenados a reclusión perpetua e inhabilitación absoluta con accesoria de destitución; Viola fue penado con 17 años de prisión y a inhabilitación absoluta perpetua con la accesoria de destitución; Lambruschini fue condenado a 8 años de prisión y a inhabilitación absoluta perpetua con la accesoria de destitución; y Agosti recibió 4 años y 6 meses de prisión y a inhabilitación absoluta perpetua con la accesoria de destitución.
Arturo Basilio Lami Dozo y Omar Domingo Rubens Graffigna fueron absueltos porque asumieron la comandancia después que se cerrara el único centro de detención de su fuerza. Leopoldo Fortunato Galtieri y Jorge Isaac Anaya fueron absueltos porque no se pudo demostrar que personal a su cargo siguiera cometiendo alguno de los delitos del sistema ilegal de represión implementado cuando ellos asumieron el poder. Juicios posteriores, a partir de nuevas pruebas y testimonios, demostrarían la responsabilidad de los absueltos, que también serían condenados.
Con el Juicio a las Juntas, la democracia argentina le dio un ejemplo al mundo, al someter a los acusados de perpetrar un genocidio a un proceso desarrollado por un tribunal ordinario que aplicó las leyes vigentes y uno un tribunal especial creado específicamente para el caso.
Cuando se cumplen cuarenta años del inicio de aquel alegato final del fiscal Strassera, el “Nunca más” que pronunció para cerrarlo es una fórmula que ha quedado grabada para siempre en la lucha en defensa de los derechos humanos en todo el planeta. Es así, aunque por estos días en la Argentina haya sectores políticos que pretenden banalizarla.
Fuente de la Información: Infobae