El peronismo en su laberinto
15/08/2024. Noticias de Interés > Noticias de Salta
Para comprender la magnitud de las crisis, muchas veces es necesario recurrir a hechos que sucedieron y a personas que se encontraron. La crisis actual del PJ, no es nueva: implosionó y detonó de tal manera que obliga a una nueva reflexión profunda
Por Abel Cornejo
Para comprender la magnitud de las crisis, muchas veces es necesario recurrir a hechos que sucedieron y a personas que se encontraron. La crisis actual del Partido Justicialista, por cierto, no es nueva, sino que de pronto implosionó y detonó de tal manera que obliga a nueva reflexión profunda, por tratarse de uno de los actores principales de la política argentina desde hace exactamente 78 años.
En ese lapso, debió sortear diferentes avatares, pero nunca como hasta ahora estuvo en peligro real de disolución o de una fragmentación de características atómicas. Más aún, cuando varios de sus dirigentes principales no sólo no admiten realizar autocrítica alguna, sino que buscan hacia afuera la causa de sus pesares. Sin embargo, hay puntos clave que debemos tomar en cuenta en este análisis, no por ser meramente anecdóticos, sino porque fueron marcando una suerte de camino sin retorno.
Una mañana de 2019, Alberto Fernández, recientemente reconciliado con Cristina Kirchner, a quien alentó para que escribiera su versión de la historia en un libro que tituló Sinceramente, tocó el timbre de su departamento para proponerle que en caso de llegar al poder lo designara embajador argentino en España. Para su sorpresa, Cristina lo ungió primero en privado y luego a través de un video difundido en las redes sociales, como futuro presidente de los argentinos. Así de sencillo. Cristina, intuyó que su imagen no alcanzaba para triunfar y las opciones que tenía en mente oscilaban entre Alberto y Sergio Massa.
Sobre este último, nunca olvidó que había jurado terminar con Cristina Eterna, de modo tal que su desconfianza era proverbial. Con Alberto, pese a los ocho años de distanciamiento que habían superado recientemente, todavía sentía la posibilidad de darle órdenes, como cuando había sido el jefe de gabinete de su gobierno y del de Néstor Kirchner. Era más plástico al momento de obedecer, concluyó. Finalmente lo acompañó como candidata a vicepresidente en la fórmula y ganaron las elecciones.
Al poco tiempo de asumir, Alberto Fernández tenía una imagen positiva cercana al 79%. Ningún mandatario de la democracia había alcanzado semejante cifra y de pronto, este solo dato, comenzó a hacer ruido y a crujir dentro de la cerrada o monolítica estructura comandada por Cristina. Al tiempo comenzó la pandemia, el vacunatorio vip, el encierro prolongado y la imagen de Alberto comenzó a descender en caída libre y se perdieron las elecciones de medio término, lo que desató una frenética crisis de gabinete. Y estuvo a punto de llegar a mayores, es decir transformarse en un percance institucional. Fue entonces cuando Santiago Cafiero, leal a Alberto, abandonó la jefatura de gabinete y desembarcó, con inusitadas ínfulas Juan Manzur, que al poco tiempo comenzó a desinflarse. Manzur, en realidad, fue el primer funcionario que contribuyó al primer eclipse político de Alberto como presidente. Inauguró por un breve lapso que la nueva forma de conducirse era mostrarse y ocultar al presidente.
A estos cambios, eyección de la ministra de justicia mediante –una entrañable amiga del presidente y buena funcionaria- le continuaron cartas abiertas de la vicepresidenta a su presidente y como el haber acuñado la famosa frase: funcionarios que no funcionan.
Es decir que la embestida al entonces presidente, no vino de la oposición sino de su propio espacio, de manera impiadosa y brutal. La reconciliación comenzaba a llegar a su fin. Luego vino la publicación de la fiesta de Olivos, celebrando el cumpleaños de “mi querida Fabiola”, como la llamó Alberto a su mujer, a quien le endilgó la responsabilidad del evento. A la par de ello, los índices inflacionarios comenzaron a elevarse y un nuevo objetivo fue puesto en la mira de la ex presidenta y su furor en contra de su propio gobierno, el ministro de economía Martín Guzmán, probablemente uno de los funcionarios más preparados para ejercer esa función en los últimos años.
A la renuncia de Guzmán, le continuó el encumbramiento, prácticamente con las características de un presidente de facto, la figura de Sergio Massa, quien, desde su asunción, casi como la de un primer mandatario, hasta su derrota como candidato presidencial terminó de condenar a la opacidad más absoluta y al ostracismo a Alberto Fernández. Para el imaginario colectivo Massa era el presidente, no obstante que era el ministro de economía. Se dio la paradoja de que el funcionario criticaba su propio gobierno. Y a la vez, cuando Wado de Pedro, ungido por Cristina como su candidato, declinó a su postulación, gestión de Gerardo Zamora mediante, Cristina calificó como fullero a Massa en público ¿Pensaba Cristina que con semejante mote contribuía al triunfo del candidato oficialista?
Quiere decir que el derrumbe del gobierno de Fernández, se debió a su propia torpeza y su falta de ganas de serlo como tituló en un su libro Silvia Mercado: El presidente que no quiso ser. No obstante, no fue el único responsable, Cristina Fernández que ahora califica qué presidente fue bueno y cuál malo en nuestra todavía incipiente democracia, no solamente se encargó de demoler la figura presidencial, sino que fue la principal opositora dentro de la fórmula y desde allí en adelante, todo es historia conocida.
Los principios de la justicia social, el bien común y la solidaridad están encarnados en el pueblo argentino tanto como que debemos tener una nación justa, libre y soberana. Personajes como Alperovich, Uribarri, Espinoza, Boudou, Cristina o Alberto Fernández, en nada ayudan a que ese espacio nacional y popular se recupere y se ponga de pie. Ya se sabe el diagnóstico, falta la voluntad de renovación. Tal vez sería bueno recordarlo a Antonio Cafiero para ello.
Fuente de la Información: Punto Uno