El pasaje al acto de una ideología
09/01/2023. Noticias de Interés > Noticias de Salta
Los hijos tienden a desnudar lo que en parte ocultan sus padres, y, portan como síntoma, e inclusive como precipitación al acto, el mandato implícito de la ideología de su entorno social: “hay que matar a los negros”.
Por Antonio Ramón Gutiérrez*
El brutal crimen cometido contra Fernando Báez Sosa por un grupo de jóvenes rugbistas a comienzos de 2020, lejos de constituir el desenlace de una gresca callejera o de un incidente o “una mala pasada de la vida”, como los imputados intentan esgrimir, muestra la violencia instrumentada como modalidad de goce y hasta como insignia de clase, la fascinación hedonista ante la propia bestialidad. El caso no deja de desocultar una cuestión que atañe a las “identificaciones” imaginarias en la que la violencia es desplegada sobre aquel que es considerado distinto, aunque más no sea por una leve diferencia de tono en el color de la piel o su supuesta procedencia humilde.
Pareciera que en algunos sectores de la sociedad, la mostración impúdica de la violencia y la declaración pública de racismo otorgaran “prestigio” y hasta fueran signos de determinada pertenencia social acomodada. “Dan chapa”, como se dice. Lo que antes se ocultaba hoy se alardea. Lo que avergonzaba es ahora, para algunos, motivo de orgullo y vanagloria, los emblemas del nazismo lamentablemente cotizan en bolsa. En síntesis, las psicopatías y la perversión otorgan un paradójico “lustre” a quienes las ostentan. Esas imitaciones o “identificaciones” violentas, instalan un sentimiento de impunidad y de fantaseada superioridad aun en algunos sujetos que sin pertenecer a los estamentos altos de la sociedad incorporan lo que, imaginariamente creen, son sus insignias: la impiedad, la discriminación, el odio racial.
Podríamos hablar, en este caso, de pasaje al acto de una ideología. Los hijos tienden a desnudar lo que en parte ocultan sus padres, y, portan como síntoma, e inclusive como precipitación al acto, el mandato implícito de la ideología de su entorno social: “hay que matar a los negros”. Pero los jóvenes rugbistas se tomaron demasiado en serio la cosa y se pasaron de la raya, ejecutando en la real, a nivel de la materialidad de los significantes, aquello que estaba (creamos que era así) más o menos a nivel metafórico: “hay que matar….”. Cumplieron irrestrictamente y sin condicionamientos el imperativo de goce. Sus padres quizá nunca pensaron que sus propios vástagos iban a ir tan lejos en la fiel obediencia a los preceptos imaginarios recibidos.
El actuar violentamente en manada, sin consideración por los otros, no deja de estar asociado a “ideales” de hedonismo, egolatría, discriminación y racismo, posiciones en las que priman la sobrevaloración de la imagen del propio cuerpo, la exhibición impúdica de musculatura y fuerza física, el alarde machista, el odio y las conductas destructivas hacia aquellos que son considerados ajenos a los emblemas de la “jauría”. Es la satisfacción perversa a través de infligir un sufrimiento en el otro, someterlo e inclusive matarlo para luego vanagloriarse del daño causado y subirlo a las redes sociales como repetición del acto cuya contemplación produce una fascinación narcisista ante la propia brutalidad, una selfie de la reafirmación del ser a través de la destrucción del otro. En definitiva, la muerte del otro como trofeo, la psicopatía en su punto más alto.
El horroroso crimen no fue circunstancial ni contingente. La procuración de satisfacción pulsional por medio de acciones violentas, es una modalidad de goce y una decisión tomada con anterioridad, deliberada previamente por aquellas bandas de individuos que la practican casi como un deporte siniestro. La mortífera “diversión” es salir en manada a golpear a los otros, ultrajarlos, matarlos. Es tremendo pensar que un grupo de amigos en una discoteca, en vez de bailar, de disfrutar de la música y seducir a las mujeres o varones, tomen como divertimento y modo de satisfacción, cometer un asesinato.
Pero ese acto de perversidad no es ajeno a las condiciones de la época en la que se promueve el desborde pulsional y se promete un goce mortífero al alcance de todos, a la vez que se facilita el derrumbe de los parámetros y los puntos de sujeción. Ese frenesí violento, lejos de constituir un resto de primitivismo que no alcanzó a pasar por el tamiz civilizatorio, no deja de ser producto del mismo movimiento civilizador que, arribado a un punto de su recorrido circular, da una vuelta sobre su eje, desnuda su faz disgregante y perturbadora y, reenvía a aquello mismo de lo que prometía sacarnos. La fase actual del discurso capitalista va en esa dirección.
El retorno a la caverna puede emprenderse también por el camino que nos alejaba de ella. La horda primitiva puede estar actualmente a la vuelta de la esquina, aunque esta vez con telefonía celular y revolución tecnológica: sujetos dispuestos a ver en el semejante al enemigo que es menester destruir. En definitiva el reinado de lo imaginario y la relación paranoide.
En estos tiempos de mutaciones antropológicas y precipitación mortífera, predominan la desculturación, la deshistorización, la ausencia de amarras simbólicas, la desaparición de los límites. Pero estas condiciones de la época no eximen jurídicamente a los sujetos de la responsabilidad por sus acciones ni redime a los violentos por el irreparable daño causado.
Mientras seamos sujetos humanos, podemos adelantar mentalmente la acción y representarnos las cosas en el instante previo a la realización de la misma, como afirmaba Kant. Es lo que nos hace responsable de nuestros actos.
*Escritor y psicoanalista
Fuente de la Información: Página 12